Hubo un tiempo en que las guerras crecieron junto con el cine. En pleno calentamiento de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Alemania de Hitler ya entrenaba a sus SS, el estreno de ‘La gran ilusión’ (1937) contribuyó a generar un llamamiento al pacifismo desde el séptimo arte que de poco sirvió, como tampoco lo haría ‘El gran dictador’. La ingenuidad, amabilidad y humanismo que destilaron estas películas no pudieron frenar una maquinaria belicista imparable durante todo el siglo XX y que hizo que al final futuros cineastas como Stanley Kubrick, Oliver Stone, Steven Spielberg o Clint Eastwood no tuvieran más remedio que llamar a la paz mostrando la otra cara, la del horror, la violenta, la inhumana.
Por eso resulta un placer exquisito rescatar esta obra maestra del gran maestro del cine francés Jean Renoir. Es probable que no sea su mejor película, pero supo retratar con honestidad y originalidad el resquebrajamiento geosocial europeo que inició la Primera Guerra Mundial. Mediante las andanzas de un grupo de oficiales franceses hechos prisioneros por los alemanes durante este conflicto, Renoir quiso enterrar las trincheras, y las escenas de batallas, que ya durante el cine mudo habían sido carne de espectáculo, y ofrecernos un conjunto de diálogos y personajes entrañables a ambos lados de la contienda.
Esta película forma parte del dominio público.
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